jueves, 2 de febrero de 2012

¿Sí Qué? ( 5ta parte)

Buenas Tardes. 
¿Y tú qué haces aquí a esta hora? 
No había mucho trabajo en la oficina, así que me vine. 
Mmm, yo no te hice almuerzo, como siempre comes por allá. 
Tranquila, que no tengo hambre. 
Si claro, con tal de no dar plata para la casa, no te da hambre. 
¡Ya basta de joderme la vida! Lo que menos quiero es discutir contigo ahora. 
Sí perra, pa’ gritarme no te tiembla la lengua. 
Salte de mi cuarto, por favor. 
¿Por qué me voy a ir?, ¿Acaso esta no es mi casa? 
¡Pero este es mi jodido cuarto y exijo privacidad!
Pues, esta es mi cochina casa y aquí hago lo que se me de la puta gana. 
¡Que te largues de mi cuarto!
La que se va a largar eres tú, maldita la hora en que te tuve que parir, perra. 
¡Me largo! Pero más falta te voy a hacer yo a ti que tú a mí. 
¡Que va! Coge tus tres trapos rápido, y lárgate. 
No tienes ni la más mínima consideración con uno, ¡no mereces el título de madre! 
Tampoco lo quería, sólo lárgate, para mí estás muerta. 
Suerte y que te crezca el pelo ¡bruja! porque eso es lo que eres ¡una bruja! hasta cara tienes.

Natasha cogió su bolso y guardó lo más importante para ella: la plancha de cabello y la bolsa de basura. Corrió hacia la casa de la vecina favorita tapándose la cabeza. Ella sabía que no iba a encontrarla. Pero sí estaba segura de que Pablo estaría en casa por la tarde, estudiaba de mañana.

– ¡Pablo, ábreme por favor! – Dijo gritando.
–Entra, estás empapada– Dijo él, al mismo tiempo que abría la reja.
–La estúpida que tengo por madre me acaba de echar de la casa– Dijo con la mirada un poco perdida en el interior de la casa.
–Siempre he dicho que tu madre es una bruja.
–En eso coincidimos, porque pienso exactamente lo mismo de mi fucking madre. Si es que se le puede decir así a esa basura.
–Y tú, ¿Cómo te sientes? 
–Pues, normal por la discusión. Sabía que muy pronto esto iba a pasar. Lo que en realidad me preocupa es donde me voy a quedar.
–Mi ojos verdes, lo siento pero aquí no puedes– Dijo Pablo con cara de frustración.
–Tranquilo, eso ya lo sabía. Vine a Despedirme. Porque no sé si algún día vuelva por aquí.
–Pero y ¿Tus cosas?
– ¡Ashh!– Dijo cerrando los ojos y llevando la mano izquierda a su mejilla. ¡Cierto! Tengo que volver mañana para que mi abuela me pase las cosas cuando la mal parida esa se largue a verse con su marido.
–Si quieres yo mismo hablo con tu abuela. Tú sabes que conmigo cuentas para lo que sea– Dijo Pablo con voz suave, acercándose lentamente a Natasha y posando su cara frente a la de ella.
– ¿Sí, Qué? Pablo, gracias por estar ahí siempre, pero de eso me encargo yo– Le dijo poniendo sus ojos verdes fijamente en él.

En un momento quedó frente a mí. Éramos solo la de ojos verdes y yo. Mi corazón latía tan rápido que por poco llegué a pensar que se detuvo durante ese minuto. Me observaba sin parpadear, con esa mirada que penetraba en mi alma, como quien desea algo del otro, pidiéndome a gritos una caricia, una muestra de lujuria. Pero era consciente que no era el momento indicado. Natasha se apartó de mí, me dio un fresco beso en la barbilla y se marchó. 

Vi que se dirigió al SAI, y supe que iba a llamar mi hermana,  porque Nathy nunca tiene minutos en su celular. 

Me marca este número por favor. Claro Señorita. ¿No contestan? No, no contestan. Gracias, déjelo así. A la orden. Márqueme otro por favor. Si claro, como no. ¿Tampoco contestan? Está timbrando. Okey me avisa. Un momento que le van a hablar, tome señorita.
–Aló, Amiga llamaba para decirte que no podré ir a hacerme la sesión de fotos porque me echaron de la casa y aun no consigo donde quedarme.
–No hay problema, te entiendo. También he pasado por eso. Más bien cuando consigas donde quedarte me avisas para ir a visitarte.
–Okay. Gracias por todo.
–Sabes que todo lo hago de corazón. Porque te quiero.
–Yo también. Disculpa pero tengo que colgar, desde ahora tengo que extender mi sueldo.
–Te entiendo. Chao Natasha.
–Chao muñeca.

¿Sí Qué? (4ta parte)

El sol se escondió al mismo tiempo que la de ojos verdes pisaba la carrera 46. 

Otra vez la lluvia. El clima está loco, todos los días es un va y ven de fuertes calores y a los dos minutos llueve. Me volveré loca de tantas cosas que me frustran. Dijo para sí misma.

Señor, me hace el favor de llevar a la 21 con Murillo. Claro mi reina. ¿Cuánto?. Son 10 barras. Okay, rápido por favor. 

Se sentó diagonal al conductor. Cerró la puerta y recostó su cabeza sobre la ventana que llevaba el vidrió arriba. Los momentos en que Natasha estaba sola eran tan agonizantes como ver morir a alguien que amas frente a tus ojos, y ese instante no era la excepción. Así que comenzó a recordar las decepciones.

Llegué a su casa, y mientras él estaba en el baño, me senté en el computador para revisar mis notificaciones de Facebook, y abrir sesión en MSN, lo usual. Pero él tenía su cuenta abierta. Alguien le hablaba. Era una mujer. Lo noté por los colores de la ventana y su display.

(bah) ...:: MAN ::... (B)... : Te amo flaca.
·#·$58·Pao Pao·$59[ Te αмσ!!·$34Man♥·$59Mу Love]: Yo también mi mechudo hermoso!
(bah) ...:: MAN ::... (B)...: No olvido lo que vivimos en Bogotá :$
·#·$58·Pao Pao·$59[ Te αмσ!!·$34Man♥·$59Mу Love]: Yo menos. Quiero que regreses otra vez (L)
(bah) ...:: MAN ::... (B)...: Pronto iré, es que tengo que resolver unos asuntos aquí en Barranquilla :S
 ·#·$58·Pao Pao·$59[ Te αмσ!!·$34Man♥·$59Mу Love]: Mi vida, yo lo sé  >.<
(bah) ...:: MAN ::... (B)...: “J
·#·$58·Pao Pao·$59[ Te αмσ!!·$34Man♥·$59Mу Love]:  “<3” Te amo. No me canso de decírtelo. 

Cuando leí eso no necesité mucho esfuerzo para llorar. Las lágrimas corrieron solas sobre mis mejillas. ¿Qué pasa? –Preguntó el hombre­–. No pasa nada –Dije con rabia y decepción–. Cómo que no pasa nada y estás llorando. A mí no me pasa nada, el problema es qué te pasa a ti, ¿por qué haces de todo para arruinar las cosas cuando vamos tan bien? ¿De qué hablas?

Me volteé hacia la pc. Él llevo su mano derecha a la cara y fuertemente trató de agarrarla con ella. Sabía que estaba descubierto. 

No tengo nada que explicarte –Dijo el hombre con espontaneidad–. Me marché llorando como siempre lo hago cuando me hace infeliz algún acto que comete sin piedad alguna.

Princesa, hay un trancón por un choque en la 30, por ahí por la iglesia Chiquinquirá. Desde aquí alcanzo a ver, desvíe por la derecha. Como mandes reina –Dijo el chofer con una sonrisa picarona, mirándola de abajo hacia arriba–. 

Luego de pasar unos pocos minutos más decidí caminar. 

Me deja por aquí, Señor. Frenó suavemente y me bajé sin prisa. Tome su dinero. A la orden mamasita. Ajá.

Seguía serenando,  No tenía paraguas. Así que caminé bajo la lluvia que me hacía sentir más fracasada que antes. No quería llegar a casa en taxi, porque seguramente mi odiosa madre diría que mal gasto mi dinero dándome lujos que no podía tener.

Caminé muy rápido, casi corriendo, pero sin que la gente se diera cuenta que tenía prisa. No quería que nadie se enterara que mi cabello no era liso y que cada ocho días a escondidas lo secaba y le pasaba la plancha de cerámica que me había robado de un centro comercial. 

Llegué a la tienda de la esquina de mi casa El Diamante Verde y pedí una bolsa de basura negra, esas de $200. La puse en mi cabeza y caminé con mucha paciencia hacia mi casa. La verde agua marina con amarillo pastel. La del palo de mango al que aún no le sale ninguno. La de la reja blanca que siempre está abierta.

martes, 11 de octubre de 2011

¿Sí Qué? (3ra parte)

La de los ojos verdes llegó a su oficina, acomodó su cansancio como pudo y descansó su espalda sobre la silla. Suspiró de decepción y ordenó los papeles que había dejado un día antes en el escritorio. La rutina era la misma de todos los días que llevaba el uniforme morado, el que tanto odiaba. 

Buenos días Señorita. Buenos días ¿en qué puedo ayudarle? Disculpe, lo que pasa es que estoy metiendo mi tarjeta en el cajero de afuera, y no la lee. Señor, la tarjeta se debe dejar por tres segundos, ¿lo hizo así? Sí Señorita. Bueno vamos a ver qué pasa. Natasha y el hombre, algo gordo y con canas, caminaron hacia el cajero. Ella tomó la tarjeta y la colocó por tres segundos y efectivamente el cajero leyó la tarjeta. Tome su tarjeta señor–dijo con tono de rabieta–. 

Natasha se sentó de nuevo, pensando en que ese día iba a terminar peor. Sin acabar de acomodar sus nalgas en el sillón, llegó el mismo personaje con cara de torta a pedir ayuda. Señorita, dice que mi contraseña es errónea. Señor ¿Usted se sabe su contraseña? Claro señorita, si es mi cédula. La de ojos verdes nuevamente se levantó y fue hacia el cajero con  él. Tomó su tarjeta y le dijo: Señor, dígame su cédula por favor. 60’468.872. Esa no es su contraseña. Sí es. Bueno, volvamos a intentarlo. Esta vez el terco hombre pronunció los números lentamente y exagerando los gestos de su boca. Está errónea señor, esa no es un contraseña. Vuelva a intentar señorita. Si volvemos a intentar y es incorrecta se bloqueará su cuenta. Inténtelo. Está bien, como usted pida. ¿Y, bueno? ¿Es correcta, cierto? No señor, es errónea, acabó de bloquear su cuenta. ¡No puede ser! Ya vuelvo señor, miraré que puedo hacer. 

La de ojos verdes caminó rápidamente hacia su computadora y después de cinco minutos volvió. 

–Señor, ¿usted está seguro que su contraseña es su número de cédula? 

–Sí señorita, ¿acaso estoy loco o tengo cara? 

–No señor, solo es una pregunta. 

–Me recuerda su número de cédula por favor. 

–60’468.872 

–Es errónea. Le propongo algo. Para estar seguros de que esa sea la contraseña y no otra. Por favor me presta su cédula. 

–Tome señorita– decía quejándose. 

–Mmm. Señor su cédula es 60’ 478.872 

– ¡Ajá! Y ¿Cómo le había dicho yo? 

–468 en vez de 478. Señor no puedo creer que después de tantas décadas aún no sepa su número de cédula. 

Mientras Natasha le daba su tarjeta débito y su cédula, el señor no decía nada, paralizado la quedaba mirando. Permiso –Dijo la de ojos verdes– al tiempo que abría la pesada puerta que estaba en el cajero. 

Caminó hacia su oficina pensando en el hijo que quiso tener con el hombre que la hacía sufrir. Tocó su panza y una lágrima rodó por su mejilla. Recordó el aborto de hace pocos meses. 

Vino a mi mente el día en el que compré las cuatro pastillas, el día de mi desgracia. Fue porque el hombre me obligó, dijo que era lo mejor. Él no podía dañar su reputación, ni dejar de estudiar en una de las mejores universidades de la ciudad. Yo solo lloraba mientras me tomaba dos de ellas empujándolas con un vaso de agua que mas me sabía a veneno, mientras que él colocaba las otras dos en mi útero. Le decía gritando al hombre que lo odiaba. Él lloraba como un bebé al lado mío, mirándome como si sus ojos hablaran, diciéndome con ellos que se arrepentía de ese acto inhumano, gritando con su mirada que era lo correcto. Nunca supe si sus lágrimas eran sinceras o si era una de sus tantas obras de teatro bien montadas. Sólo sé que prácticamente me exigió matar a mi hijo que pudo tener los ojos verdes, igual que yo. 

– ¡¿Qué tienes Natasha? Te veo algo mal! Cuéntame–. El jefe interrumpió los pensamientos de Natasha con un grito de sorpresa. 

–No tranquilo, no pasa nada Señor. 

–Si quiere se va para su casa, allá se reposa y descansa, para que se recupere. De verdad la veo bastante mal. Acaso ¿está enferma? 

– La verdad, sí. Me siento muy mal. 

–Por favor, me hubiera dicho antes, váyase, ni más faltaba. No quiero que esté trabajando en esas condiciones. Váyase, váyase– Insistió el jefe de la chica de ojos verdes. 

Natasha tomó sus cosas y se marchó de ahí. No miró hacia atrás. Salió sin avisarle a nadie, ni siquiera a Laura. Cabeza agacha se retiró de la pocilga de trabajo, dejando olvidado su optimismo y los papeles para pedir el traslado.

domingo, 9 de octubre de 2011

¿Sí Qué? (2da parte)

Amaneció, y el televisor a todo volumen despertó a la de ojos verdes. Sin darse cuenta quien estaba en la casa, se bañó y se puso el uniforme. Le tocaba llevar el morado, el que tanto odiaba. A paso lento fue al paradero de buses, y estando allí sonó su celular, número desconocido.
Aló. ¿Otra vez tú? No me llames más por favor. Colgó. 



Las calles se iban una tras otra. Iba casi volando el bus de Gran Abastos. Entonces, cerré los ojos. Un ratón volaba y me perseguía, yo solo gritaba del desespero, me escondí debajo de la cama y él se acercaba más. Me iba a hacer daño, no era normal que un animal de estos volara. Señorita. ¿Sí, Qué? Me podría dar permiso. Sí, claro señor. Cogí mis auriculares y comencé a escuchar esa canción que me hacía recordarlo y odiarlo cada vez más. 

“Muchas veces me pregunto por qué pasa todo esto, 
Por qué tus mil te quieros siempre se los lleva el viento, 
No entiendo para qué me besas, para qué me llamas, 
Si cuando yo te necesito faltas. 
No sé que buscas y no quiero pensar que es un juego,
Prefiero creer que muchas veces no te queda tiempo,
Para que me respondas y aparezcas en mi día,
En cuerpo y alma y no en mis pensamientos.
Y ahora yo me entero por terceros,
Que cuando estás ausente en realidad estas con él
Que te hace mal, ya no te entiendo.
¿Qué estás buscando de mí?,
Dime que puedo darte que no te haya dado,
No creo merecer todo esto que está pasando,
Que no te vuelva lo que estás dando.
¿Qué estás buscando de mí?,
Dime si te hice mal, dime en que te he fallado,
Yo siempre puse el corazón en cada paso,
No te das cuenta, me estás matando...”


¡Esto es un atraco! Tú, la de ojos verdes dame ese reproductor, y el celular también. Yo no tengo celular. Bueno dame tu plata. Mira no tengo plata (Natasha con sus dedos tapó los billetes de $20.000 que sacó del banco durante el fin de semana). Bueno ábrete de aquí, chofer frene, ábrale la puerta a esta puta y a todas estas escorias sin dinero.La Chica de ojos verdes se bajó nerviosa del bus junto a aquellos desconocidos, por la iglesia San Felipe. Corrió hacia un SAI. ¿Señorita, tiene minutos a Tigo? Sí, dígame el número. 300-111-****. Aló, un momento que le van a hablar.



–Pablo, Me atracaron.

– ¡¿Qué?!

–Bueno, solo se llevaron mi reproductor. Les dije que no tenía celular y me creyeron. Aunque pensándolo bien se los hubiera dado. Así ese idiota no me molestaría más. Me llamó antes de tomar el bus.

–¿Ese man no entiende el desprecio, o qué? ¡Es que jode!

–Lo peor es que yo quiero que me siga jodiendo. Todavía lo quiero.

–No hablemos de eso. No quiero regañarte. ¿Qué harás después del trabajo? 

–Me haré una sesión de fotos en casa de una amiga. 

–Mmm.  Comprendo. 

–Te llamo después, cuídate. 


¿Tienes chicles Adams? Sí, a $200. Deme una caja por favor. La chica le entregaba la caja mientras Natasha le daba las monedas. Muchas gracias. A la orden. 

La de ojos verdes caminó hasta la esquina de la carrera 27 con calle 70 para tomar un taxi. Le cobraron $8.000 a lo que no se pudo negar. Acomodada en el vehículo, con las manos sobre sus piernas, sólo pensaba en lo que aquel hombre le había hecho, olvidándose de lo ocurrido minutos antes. Se bajó del taxi en la carrera 46 con calle 93. 

–Buenos días, Lau. 

–¿Cómo amaneces esposa mía? 

–¡Ay amiga, si te contara! 

–Mierda ¿ahora qué pasó? ­ 

–Me rayó y feo. 

–¿Te puso cachos?– Dijo Laura sorprendida y con sus pequeños ojos bien abiertos. 

–Sí, dicho en otros términos. 

–¿Quién es la vieja? 

–¿Sí, Qué?, me rayó con un man. 

– ¿Acaso él es…? 

–No, él no es bisexual. 

–¿Hey, cómo te metiste con un hombre así?, si es que se le puede decir “hombre”. 

–Nunca pensé que fuera capaz de ir tan lejos. 

–Pero Nata, ¿no y que lo conocías "bien"? 

–No sé ni que pensar de este man ahora. 

–No pienses Nata, ¡actúa! 

–Que fácil decirlo– Dijo, al mismo tiempo que se llenaban sus ojos de lágrimas. 

–Lo único que te pido es que dejes a ese tipo. 

–Amiga, obvio terminamos. Después de eso ¿qué carajos voy a hacer al lado de él?

–Pero no parece que quisieras que las cosas terminaran. 

–Lau, es que yo a veces pienso que lo hizo solo para que yo me ardiera, él sabía que la vecina me iba a decir. 

–Tienes toda la razón, porque ella anda con ese combo. Pero de todas maneras, no es excusa que valga. 

–Amiga, debo ir a mi oficina, hablamos mas tarde


–Está bien, pero trata de no pensar en eso. 

–Más bien trato de no engañarme– Dijo Nata.

¿Sí Qué? (1ra parte)

–¿Sí, Qué?


–Nata es enserio.Te lo juro. ¡Haz algo! ¡sino lo descuartizo yo misma!



Sin pronunciar palabra, la chica de ojos verdes colgó el teléfono y dejó caer tantas lágrimas sobre su rostro que la almohada que abrazaba quedó empapada de tristeza. Sentía que el mundo chocaba sobre su cabeza, y su mente sólo lanzaba preguntas irreflexivas: ¿Qué pasó?, ¿por qué me hizo eso? Cuestionario que jamás iba a tener respuestas que la llenaran. 


Entonces, sonó el teléfono inalámbrico casi dañado, con el mismo ruido molesto al intentar hablar por él, del que se quejaban todos:

–Aló.



–No sé por qué me juzgas. Eres una egoísta, ¿por qué siempre piensas en ti? ¿en mi nunca lo haces, verdad? ¿para qué?


–¡Cállate!, aquí el único egoísta eres tú. Yo era prácticamente tu mujer ¿y ahora me sales con esta huevonada?


– ¡Hijue’ puta Natasha! ¡Me cansé de pensar en ti siempre, y tú no haces nada por recuperar esto!– Decía el hombre gritando.


La chica de ojos verdes pensó dos veces decirlo, pero lo sacó. Se escuchó como un trueno en aquella casa la voz afectada por los cambios de clima a raíz del calentamiento global:


–¡Sí, soy una egoísta! porque solo pienso en ti sabiendo que eres una lacra. Nunca vas a cambiar. Se acabó. ¡A mí no me jodas más la vida!


Colgó ella. Con más rabia aún, y sin lograr asimilar algo que jamás había experimentado. Encendió el computador y el módem para tener acceso a Internet. Sabía que en el Facebook lo podía comprobar (Todos conocen la eficacia informativa de esta herramienta). 


Sonó el típico ruido que avisa cuando alguien te habla por el chat:


–¡Es un pollerón Nata!


–¡Lo odio amiga!


–Me duele ser portadora de malas noticias, pero yo misma los vi con estos ojos de lince. Es más, hasta les tomé foto con mi Blackberry.


–No quiero ver a ese imbécil. ¡Lo odio! Vecina, ¿estás en tu casa?


–Sí, sabes que sí. ¿Por Qué?


–Voy para allá. Quiero ver la foto. No vayas a salir. ¡Ah! cuando toque el timbre sales tú a abrirme. No quiero que tu hermano me vea en estas condiciones.


–Todo bien Nata. Sabes que no hay problema con eso. Aquí te espero, pero no demores. Me estresa esperarte, porque dices "en una hora" y llegas después de pito.


–Dale, no te sulfures– Dijo la de ojos verdes.


Ella corrió hacia el domicilio de su vecina, la que vivía a cinco casas, aunque hablaban más por el Messenger y el Facebook que cara a cara, era su vecina favorita. La amistad cibernética era costumbre de pocos años atrás, algo nuevo. 


Tocó el timbre. El hermano de la vecina favorita vio desde la ventana de su pieza los ojos verdes que toda la vida lo habían hipnotizado, así que corrió a abrirle. 


– ¿Por Qué llorabas? Tienes los párpados muy hinchados.


–Yo no estaba llorando– dijo con la voz quebrada y mirando hacia ningún lado.


–Te conozco Naty.


–No me digas "Naty", sabes que me emputa que lo hagas, suena a sobrenombre de alguien débil.


–No quiero que sufras. Odio verte así.


–No quiero hablar de eso. Odio que te metas en todo.


–Hola amiga– Interrumpió la vecina la incómoda conversación. 


Fingiendo una sonrisa, Natasha preguntó si podía pasar. Al mismo tiempo, Pablo regresaba a su lugar de origen sin dejar de mirar a su musa cada tres segundos. 


–Amiga, mi mamá esta merodeando por aquí, tú sabes como es de chismosa.


– ¿Y entonces? – Preguntó desesperada y agitando sus manos.


–Hablemos mañana por la mañana. Te contaré todo lo que vi con lujo de detalles, ¿dale?


–No joda, ¿Para eso me hiciste venir?– Cuestionó con sus ojos verdes.


–Es que no recordaba el pequeño detalle de “mi mamá”.


–Todo bien. Te quiero mucho amiga.


–Y yo a ti. 


–Gracias por avisarme. Bye.


–Era lo menos que podía hacer– Dijo acariciándole la cabellera negra.


–¡Chao, Natasha!– Se escuchó desde la pieza del hermano de la vecina favorita.


La chica de ojos verdes sólo lo observó con su mirada aguda, queriendo matarlo por tan osado acto.


–Respóndele, no lo trates tan mal ¿qué te ha hecho?


–Chao, Pablo­– Dijo forzando su boca a pronunciar esas palabras.

jueves, 1 de septiembre de 2011

sábado, 6 de agosto de 2011

Carta a nadie

Hola,

No sabía si era prudente mandarte otra vez un escrito, pero lo hice. Muchas veces he sentido la presión de quienes me leen, pues ellos serán los jueces de mi moral. Inevitablemente escribo lo que siento y pienso, o muchas veces lo que vivo. 



Soy muy claro contigo, o por lo menos lo intento. Por eso te cuento estas cosas. Experimento mayores ganas de crear cuando mi vida toma giros drásticos haciéndome ir a los picos más dramáticos de ella. Pero cuando todo es tan plano, tan rutinario, no se que componer. Así que obligo a mi mente a ir a mundos que los infantes conocen mejor que yo, pues sólo distorsionar lo que me toca vivir hace que lleguen ideas locas que luego se comportan y hacen algo probablemente "bueno".

Ayer sentado en el mecedor del balcón, tomando un café a media noche, me cuestioné. ¿Escribir? ¿Por qué lo hace el hombre? ¿Acaso sino lo escribe se le olvidará? ¿Por qué no guardarse la idea y ser egoísta? ¡es mío y nadie me lo quita! Te confieso que me dio mucha ira porque las respuestas que me daba eran tan estúpidas, sin alma.



El ser humano es especialista en hacer daño, y lo que menos quiero es que me estimen por la manera como veo firmamentos que no existen ¡Qué les importa! En el único que confío ahora es en ti. No sé cómo haces que me sienta a gusto cuando lees tantas incoherencias reflexivas. Es la razón por la que siempre leo tus cartas que nunca llegan, y estoy atento a tus comentarios que no escucho.

Hace pocos días una voz me susurró que parecía alguien aislado, que nunca me veía por la calle conversando con alguien, y que sólo salgo a llevar mi carta una vez al mes, el último domingo de él, a la misma hora de siempre. ¡Chismosa voz! ¿cuál es tu interés por
 mis intimidades? No me gusta ser cuestionado. He ahí otra explicación de porqué  te tengo tanto aprecio. No me preguntas, no me criticas, no me comentas nada, ni siquiera contestas mis cartas. Por eso, seguiré enviándote mensualmente una cuartilla de todo lo que pienso del entrometido ser humano, que siempre mete las narices donde no debe.


Gracias, se que puedo contar siempre contigo. Te he cogido mucho aprecio, aunque ni cuerpo creo que tengas.


Tuyo,
Un escritor